Powered By Blogger

lunes, 28 de diciembre de 2009

La locura que todo lo cura...

Corazón de melón,

Hoy amanecí rotunda y telúrica, así es que sin mayor preámbulo y saltándome todas las formalidades de la buena educación, voy al grano. Antes te advierto –anticipándome a tu pataleo- que estoy de acuerdo contigo: nada hay más incómodo que tu madre te hable de sexo. De hecho, todavía puedo verte –como si fuera ayer- ponerte colorado hasta las orejas cuando a raja tabla (es decir, con la sutileza de camionero que me caracteriza) les pregunté a ti y a tus tres compinches -mientras estudiaban trigonometría- si usaban preservativo en sus relaciones sexuales porque si no, yo no tenía problema en comprárselos. Tan, tan.

¡Qué risa, Dios mío! ¡Si hubieran podido verse las caras! Esa vez casi me mataste. Estoy segura que si no fuera por los humeantes churrasquitos que les llevaba, me estrangulabas ahí mismo. Pero, aunque te hice pasar la vergüenza de tu vida, debes admitir que –luego de que se repusieron del shock- la situación dio para una buena conversa. Quizás aquella vez abordé de manera poco delicada el tema, pero me justifico diciendo que la urgencia de los hechos ameritaba acciones enérgicas. Todos eran –y son- muchachos espléndidos, pero bastaba tener dos dedos de frente para darse cuenta de que andaban arañando lo muros. ¿Cómo iba a permitir que se expusieran al riesgo de una venérea o a un embarazo no deseado? (de más está decir que ser madre/padre es maravilloso, pero a su debido tiempo).

Y a qué viene todo esto, te preguntarás. Ya no eres un niño, lo sé. De hecho, harto peludito estás. Pero resulta que estuve pensando (sí, agárrate no más la cabeza, igual que tu padre cuando empiezo con esa frasecita) que me encanta que pongas todo tu esfuerzo en volverte un profesional de primera por allá por los “yuma” como dicen los cubanos. Como también te felicito por tu aplicación, los turnos extra, el trabajito de medio tiempo para compensar la beca y todo eso. Pero…¿y cuando le dejas tiempo para “aquello”? Ah, y no te rías. Seré loca rematada, pero te juro que estoy hablando en serio, muuuy en serio. Como siempre te digo: no te quiero bueno. Te quiero completo.

Veamos. Quizás ayude hacer un poco de historia.

Saltándonos el penoso hecho de que a la superioridad natural de la mujer (debido a que la descendencia depende de ella) se le impuso la supremacía masculina, el temita ese de “cada oveja con su pareja” para llegar sin más, a que la mujer pasara a ser propiedad privad, suele olvidarse un hecho importante y que –para variar- los romanos recogen tan bien en su mitología. Por si no lo sabes, ellos inventaron la palabra “sexus”, que según filólogos y lingüistas, deriva de “secare” (cortar), basados en una fábula griega según la cual los dioses crearon a los hombres bisexuados, o sea con los dos sexos, pero por alguna razón desconocida hasta hoy, Zeus el rey, el capo de todos los dioses, se enojó con el género humano y simple él, los cortó en dos y así quedó la humanidad con sexo masculino y femenino y condenados a buscar eternamente a su complemento. Por esa razón Plínio, Cicerón y otros opinaban que el “sexus” era de vital importancia -¿escuchaste bien?- “era una fuerza de la naturaleza a la que el Estado no debía poner diques. Es un derecho natural del ser humano”

Tan importante era el “sexus” para los romanos que uno de ellos, Ovidio, escribe el primer gran libro del arte de amar. Se llamaba “Ars Amatoria” e incluía composiciones, formulas, mezclas químicas para hacer los encuentros amorosos, más deliciosos y aromáticos. ¡Un verdadero himno a los goces del sexo! Sin pensar para nada en las deudas, el dividendo, la dote o la pintura del techo.

Y si algo puede decirte esta vieja hijo mío, es que desde los romanos hasta hoy, las cosas no han variado mucho. Sólo que además se sabe que el sexo, es más que pura química. A saber, que para mantener en óptimas y gozosas condiciones una relación sexual duradera, hay que usar….el cerebro (sí, mi amor, eso que tienes entre las orejas). Como dice Aute en esa gran canción “La locura que todo lo cura”:

Intentemos practicar un poco de Dadá
para huir del mas acá y llegar al más allá
donde amarse aún sea un reto a la imaginación

y no otra manera de bajarse el pantalón

Lectura obligada (y no te escandalices) es el Kama Sutra, escrito por Mallaniga Vatyayana quien consideraba el sexo un arte que se debe estudiar seria y concienzudamente para obtener el máximo de los placeres. Este vatayasana se las traía y, como buen indú, le pone nombre a todos los procesos imaginables en el amor. Es capaz de distinguir al menos diez tipos de besos, otros tantos tipos de rasguños y unos ocho tipos de mordiscos (¡el de jabalí es fenomenal!). Ahora calcula cuando habla de los distintos tipos de cópula! En resumidas cuentas, como bien dice el mismo Aute

Es imprescindible echarle al sexo perejil
que si no, se queda en sólo puro vodevil


O sea, toda esta larga cháchara simplemente para que, entre tantas obligaciones, no se te olvide…disfrutar y gozar. Sé que es un consejo raro proviniendo de una madre. Pero concédeme, al menos, que es preferible al horroroso “cuídese” con que tanta madre chilena suele despedir a sus retoños, inoculándoles a nuestros niños, el terror desde la más temprana edad. Ah, y desde ya debes asumir que nunca (¿me oíste bien? NUNCA) vas a tener tiempo para amar. Por ello debes “hacértelo” a como de lugar. Como dice Daniel Pennac, el tiempo para la lectura tanto como el para el amor, es tiempo robado. Robado a los cientos de responsabilidades que nos tocan en suerte. Robado y todo, cielito, no me vas a negar que ambas cosas valen la pena, pues –por si no te has dado cuenta- ellas te darán la energía y alegría que necesitas para enfrentar todo lo demás.

La loca de tu madre que te adora

Rebeca

sábado, 19 de diciembre de 2009

Uno no deja de jugar porque se hace viejo. Uno se hace viejo, porque deja de jugar…

Cosita linda, ¡Cómo me has hecho reír con tu carta! ¡¿Cómo no va a ser maravilloso esto de escribirse tomando lápiz y papel?! Tu carta sólo me confirma lo que siempre he creído: tener que escribirle una carta a alguien; una carta de verdad, te pone en un estado especial, casi sagrado. Debes -necesariamente- encontrar el momento adecuado; tanto el momento “externo” (hacer un paréntesis en la rutina diaria) como el “interno” (conectarte emocionalmente con el otro, con ese otro al que quieres transmitirle en qué estás). Tú lo has hecho maravillosamente. A través de tu cartita –y aunque te suene a una más de las chifladuras de tu madre-, te he visto.

Sí, sí, ya sé qué me vas a decir que hay formas más rápidas que esperar más de diez días por un papel. Y me parecen que están muy bien los e-mails, los mensajitos en Facebook o en Twiter (¿así se escribe?), pero sólo…para coordinar almuerzos o avisar la suspensión de una reunión. Pero no me vas a decir que gracias a aquellos modernos engendros, uno se puede comunicar. No, no, no: Al César, lo que es del César.

Lo que es yo, ahorita mismo –y aprovechando que tu padre se fue a dormir siesta- me vine a la cocina. Tengo mi vasito de licor y mis puchitos, o sea exactamente lo que me prohibió ese médico insoportable y prepotente, experto en no se qué, doctorado en no sé dónde, el super especialista que me miró como a un pedazo de carne y que con eso, me tuvo una semana deprimida. Ojalá cielo, no seas nunca como él.

No, no te preocupes. De que me cuido, me cuido y no hago estos desarreglos todos los días. Es sólo que creo que no hay por qué exagerar. Una cosa es ser prudente y otra convertirse en talibán de la sacarina, como tu tía Carmen que -no me escuche tu padre- cada vez se parece más a un espárrago. Además, estoy feliz escribiéndote mientras escucho la canción Jugar por jugar, de mi amado Sabina. Anda, dale, bájala en MP3 y así la cantamos a dúo. ¿Qué? ¿Te creías que tu madre no sabe de esas cosas? ¡De algo que sirva tu hermana, además de los dolores de cabeza que me da!

Y dice así. ¡Música maestro!

Y jugar, por jugar,
Sin tener que morir o matar
Y vivir, al revés,
Que bailar es soñar con los pies

En fin, pero vamos a lo nuestro. Me alegro de que te estés tomando las cosas con calma. En los momentos agitados es mejor esperar antes de tomar decisiones cruciales. Ya, ya, perdona por el sermón. Sólo quiero que sepas que Agustina es una linda chica, pero tan importante como el hecho de que estés enamorado de ella, es que ella lo esté de ti. Y todo el tiempo que te tome averiguarlo, vale la pena. Por eso nunca me opuse a que se fueran a vivir juntos, antes al contrario. Te consta que intervine a tu favor cuando tu padre puso el grito en el cielo (tu padre nunca deja de sorprenderme. Hasta el día de hoy no sé dónde andaba, mientras todos los demás repartíamos flores en la calle y se nos iba la voz gritando aquello de La Imaginación al Poder). Así es que déle no más, m`hijo. Viva lo que tenga que vivir. Usted sabe que desde aquí, le hago barra.

Propongo corromper al puritano
Espiar en la ducha a las vecinas
Ir a quitarle al dios de los cristianos
Su corona de espinas, su corona de espinas



Oye y qué es eso de espantarte porque me he tomado un par de cafés con el italiano loco. Tu padre me hizo menos escándalo que tú. ¡Qué risa! Y fíjate que está bien buenmozo. Lo que es harto decir, considerando que a los de mi generación, progresivamente se nos va cayendo todo, sobretodo la risa.

Me lo encontré por casualidad, aunque te confieso que es una casualidad harto sospechosa por lo improbable. Resulta que tu hermana decidió hacerse una colcha para su cama (sí, tal como lo oyes), de ésas de cuadraditos de colores. Ver a tu hermana intentando tejer es para partirse de la risa. Si le vieras la cara de concentración, pensarías que está diseñando una central termonuclear!

Pero se nos acabó la lana, así es que partimos a comprar más a una picada que descubrí hace poco en el sector de Estación Central. Como ves, sigo con mis vagabundeos por la ciudad. Me encanta recorrer las calles sin objetivo previo; no sabes la de cachureos que pueden encontrarse. Ya, ya, tranquilo. Sé que el barrio no es de lo mejor y me cuido. Voy con lo justo, apenas la plata para el metro y para algún engañito. Ah, y sin joyas (uff, no me has dicho nada, pero hasta aquí me llega el mismito grave sermón de tu hermana. Sé que lo hacen por mi bien. Pero no sabes la pena que me da por ustedes. En mis tiempos, no digo que no hubiera peligros, pero a ustedes les han lavado el cerebro y les han pintado monstruos en cada esquina. Yo cuando chica, a lo más, le temía al viejo del saco. Ustedes, a cualquier ser humano).

Bueno, pero la cosa es que estaba yo apoyada en el mesón del negocio mientras tu hermana elegía las lanas. O sea, llevábamos una hora frente a una ruma de trescientas veinte mil madejas de las más variadas tonalidades y una dependienta con actitud de, en cualquier momento, asesinar a tu regalona Martina. Pero cuando fui yo quien comenzó a sentir ganas de estrangular a mi propia hija, me pareció de lo más sensato salir un rato a la calle a fumarme un cigarrillo. Y zás, que choco con Giorgio, nuestro ex vecino. Aunque no lo creas, venía a comprar lana porque, entre otras excentricidades, ahora teje ponchos (¡plop!) ¡Y yo que creía que lo había visto todo! Aún no me imagino cómo sus manos de leñador pueden mover los palillos sin partirlos por la mitad. Pero en fin, cada loco con su tema. Te contaré que está más canoso y gordo, pero conserva los mismos ojos a punto de reírse, de hace cuarenta años. Lo que más me llamó la atención fue su frente. Una frente amplia y, claro, llena de surcos y arrugas. Pero lo curioso era su actitud. Parecía un general, que luciera con orgullo las huellas de lo vivido como si fueran condecoraciones. Y, ¿sabes, cielo?, lo eran. Lo sé porque a mi me pasa lo mismo. No sé si me entenderás hijo, pero te juro que no me avergüenzo de ninguna de mis arrugas, antes al contrario. Ellas, como todas y cada una de las estrías que aparecieron después de mis embarazos; todos y cada uno de esos blanquecinos cordones –algunos delgados, otros más gruesos- que marcaron para siempre mi vientre y mis caderas, son para mí… brillantes medallas.

Uy, corazón, acabo de tomar conciencia de lo mucho que te he escrito y no quiero poner a prueba tu paciencia. En la próxima cartita te sigo contando las copuchas de este lado.

Te adoro. Ah, y me despido cantando, desafinada y a todo pulmón:

Hacen falta cosquillas para seis
Pensar despacio para andar de prisa
Dar serenatas en los cementerios
Muriéndonos de risa, muriéndonos de risa

jueves, 17 de diciembre de 2009

Carta recordatorio...

Querido hijo,

Ayer hablé con Susana (hablé por teléfono, ni te figures que usé el famoso Skype. Esa cosa la pueden usar tú y tu hermana. A mí déjame con mis medios “anticuados” como dices tú) y me contó que las cosas no están muy bien con Agustina. Puedo imaginar tu cara descompuesta, pensando que qué tiene que meterse esa vieja en tu vida y menos, venirme con la copucha a mí. Bueno pues, te diré que tiene todo el derecho del mundo; no necesita más pasaporte, que el quererte (algún día entenderás los privilegios que da, haberte cambiado los pañales).

Bueno, estaba yo diciéndote lo que me dijo Susana. No te preocupes, tampoco me dijo mucho más allá de que están pasando por un momento difícil. “Se ve que Pascal estudia mucho, tiene unas ojeras del porte de mi bolsa para la feria y está flaquito, flaquito. El pobrecito se consiguió un trabajo de medio tiempo para compensar la beca escuálida que le dan”. Cosa que -era que no-, aprovechó para enrostrarme un “Ése es tu gobierno”. Por supuesto que no me enojé. Ya sabes cómo es ella. Yo me río no más de esa vieja a la que adoro como a una hermana. También me dijo que Agustina anda de un genio insoportable. Que sólo una vez se le ocurrió proponerle ir a visitar el Moma y que no paró de quejarse durante dos horas. “Tan niñita y tan amargada. Mira que yo la encuentro un estupendo partido para Pascal, al que espero le quite esas ideas medio comunistoides que tiene, pero la verdad es que me chocó su actitud. Si es así buena y sana, ¿qué va a ser de ella cuando tengan hijos?”

Y qué quieres, con todo lo que me contó, me quedé preocupada. Sí, ya sé, me lo has dicho mil veces: si hubiera algo importante, me lo dirías. Y no lo dudo. Lo que pasa es que lo que tú consideras importante, no siempre coincide con lo que para mí lo es. Te doy un ejemplo. ¿Te acuerdas de Giorgio, el loco? ¿el italiano ése, que era nuestro vecino cuando vivíamos en Duble Almeyda y en verano tu le pedías permiso para sacar ciruelas ácidas y te tenía una paciencia infinita para las 300 veces que le tocabas el timbre para ir a buscar tu pelota? ¿ese que hacía que tu padre hirviera con sólo verlo, mientras yo me moría de la risa por las galanterías y descaro de uno y los celos fieros del otro? Bueno, me lo volví a encontrar. Más adelante te contaré detalles, por ahora no quiero desviarme del tema. La cosa es que el loco de Giorgio el otro día dijo algo que me dejó los pelos de punta y que no me he podido sacar de la cabeza. “Mirra Rrebeca, no hay que perrderr de vista lo imporrrtante. El pan nunca es duro. Lo duro, es no tener pan”. La frase la dijo en el contexto de una conversación a propósito de este mundo despiadado en que vivimos, pero también le hallé sentido pensando en ti.

Hijito, no quiero entrometerme en tu vida. Tú conoces mejor que yo, el stress que padeces. Y que, de hecho, fue de las tantas cosas que conversamos antes de que partieras a hacer tu doctorado. Ambos sabíamos lo difícil que sería. Tampoco pretendo que te ahorres dificultades; sé lo bien que hacen, para templar el espíritu. No se te ocurra pensar, ni por un segundo, que te prefiero arropadito en la casa viendo televisión. Sé que, con tu sólo título trabajando aquí, tendrías una pantalla de LCD del porte del muro y a Agustina feliz con una casa en La Dehesa. No, te cacheteo ahora mismo si me ofendes pensando que eso quiero para ti (como diría tu padre, ya me puse a pelear sola. No importa. Prefiero correr el riesgo de pelear por las puras, que dejar pasar la más mínima posibilidad de que consideres a tu madre una tarada).

No. Yo lo único que quiero es…que no cejes en tu sueño. Y para eso, debes tener bien clarito, cuál es. Yo lo sospecho, pero sólo tú tienes la respuesta. Te juro que me da lo mismo si estás más flaco que el canto de la puerta o debes cargar a dos manos tus ojeras para no tropezarte con ellas. Para mí todo esto, no es más que un momento ingrato, de los muchos que te tocarán en la vida. Digamos que, por ahora, el pan que te comes no está recién horneado. Pero es pan. Pan para tu alma. Lo único que te pido, es que no te olvides de por qué estás allá; mantente aferrado a tu sueño, no importando qué o quienes, intenten disuadirte.


Un beso,

Mamá

PD: Corazón mío, ya están apareciendo las primeras alcayotas. Apenas bajen de precio, me voy a poner a hacerte mermelada. No sé cómo !*#"&%#!!!! te la voy a mandar, porque con lo del terrorismo internacional, en el correo andan de lo más pesados; que no se pueden mandar cosas líquidas, ni frascos, qué sé yo. Veremos qué se me ocurre. Ya sabes que cuando algo se le pone en la cabeza a tu madre, no hay quien la pare.