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miércoles, 27 de enero de 2010

A cada quien, lo que le haga bien

Amado Pascal,

Hoy he recibido carta de tu hermana, que se fue por unos días al norte. Como bien sabes, cuando la inquietud se instala en sus sandalias, se inventa un pretexto que parte siempre con un “es fundamental que…”, a lo que le sigue la aparición de una pequeña arruguita en la frente que no desaparece hasta que logra librar la batalla con la duda que la atraviesa por dentro.

Desde que era niña, cada vez que estaba en una encrucijada, necesitaba hacer su capullo; concentrarse, para luego regocijarnos con sus nuevas alas y sorprendente vuelo. A los cinco años se refugiaba en su casa de muñecas desde la mañana y no había quien la sacara de su ensimismamiento, para luego aparecer a las ocho de la noche, con un apetito voraz y una sonrisa que anunciaba que había salido humo blanco de su alma. Veinticinco años después es capaz de recorrer 1.500 Km. para llegar a San Pedro de Atacama y poder ovillarse como necesita.

Esta vez le costó decidirse a partir. Se complicaba toda con la idea de dejarme a Baltasar. Pero ¿tu crees que tengo algún problema en quedarme con ese bombón de ojos enormes y que, pese a que me llega un poco más arriba de las rodillas, es capaz de derretirme cuando me dice “Abu, tu eres muy arrugadita pero te quiero hasta el cielo de mi corazón”? Claro que no y fue lo que le dije a Martina. Es más, me pone feliz quedarnos los dos solos para hacer lo que nos venga en gana (por ejemplo, disfrutar de la comida preferida de Baltasar que consiste en comer trozos de salchicha previamente remojados en su vaso de jugo!).

Y bueno, Martina se fue por una semana y me acaba de llegar una cartita que me conmovió hasta los huesos. Y no puedo sino compartirla contigo. Esta mujer-niña de dimensiones transatlánticas es tu tribu, hijo mío y sé que compartir contigo este regalo, te hará comprender muchas cosas de estos bichos raros y superlativos que somos las mujeres.


“Mamá, no sé que pienses tú, pero yo creo que las mujeres se van, porque se quiebran.

Las mujeres somos seres particularmente flexibles. Hemos transitado la historia y los paisajes, los tiempos y las responsabilidades, con particular plasticidad…y creatividad: sin imaginación, las mujeres no habríamos sobrevivido a un mundo diseñado por hombres. Sin imaginación, las mujeres no sobreviven. Es ésta, la principal arma de defensa; la que le permite entrar por las fisuras y escaparse cuando la tienen pillada por la cola.

Ahora bien, la imaginación se alimenta de la alegría. Y cuando la mujer ama, derrama felicidad. Ama porque sí; de costado y medio lado; con ternura y otro día con lujuria. Hasta que se casa y le dicen el modo correcto de amar, el modo correcto de excitarse, el modo correcto de estar. Entonces, vivir con el otro, dejó de ser un juego y la tristeza empieza a instalarse en ella. La mujer pierde así su frescura, pierde la agilidad para saltar y esquivar los embates, hasta que un día, frente a un afilado sarcasmo, en vez de un salto acrobático, se oye el crac de la rotura. Entonces la mujer se quiebra por primera vez. Abre los ojos desorientada. No entiende bien qué ha sucedido. Siente un dolor fuerte que la inmoviliza, pero se toca y reconoce que sigue viva. En estos casos, la mayoría de las mujeres para recuperarse, reciben dosis diarias de “no ibas a pensar que todo es color de rosa”. Las menos, reciben una disculpa. Con un poco de suerte, los ungüentos hacen su efecto y, con esfuerzo, la mujer se pone de pie otra vez. Se ha soldado el hueso, es cierto. Pero no es menos cierto que en lo días fríos o indiferentes, duele de nuevo. Y algunas mujeres deberán aceptar que una cojera las acompañe toda la vida.

Sea cual sea el grado de recuperación, todas saben que ya nada es como era. Todas saben que han perdido la inocencia.

Entonces vuelven a ser casi las mismas. Su sonrisa aparece nuevamente y prácticamente en el mismo lugar que las anteriores, apenas corrida unos milímetros de su posición original. Los ojos se abren de nuevo, entusiastas y optimistas y sólo se diferencian de los de antes en que se demoran un poco más en abrirse; parpadean dos veces más para recibir definitivamente al mundo. Así, las mujeres adquieren una compañera inseparable; una réplica de sí mismas que hace los mismos gestos, pero con un retardo de segundos, como una película mal enfocada, donde no terminan de ajustarse la una y la otra. Ahora, ella y su siamesa; ella y su lenta imitadora, vuelven a retomar los roles, ansiosas por recuperar el tiempo perdido, cansadas de ese tiempo en que una ha estado sentada en la vereda de la vida, mientras la otra intentaba comprender lo que había sucedido.

Aparece la necesidad de hablar. Hasta la más callada siente la urgencia de hacerlo. Las palabras son para las mujeres el hilo con que cosen sus heridas; la hebra que les permite recuperar los puntos idos. Las mujeres mediante la palabra son capaces de zurcir un desgarro.

Buscan entonces con quien hablar. Las hay que la fortuna ha provisto de magníficas compañeras; de cómplices amigas que las acompañan al baño para compartir el rubor, la mascara de pestañas y los secretos. Otras buscan la agenda de otros años, anhelantes de encontrar a la que era su compañera de banco. Y las hay -que no son pocas- que no encuentran a nadie. Sólo se tienen a sí mismas y entonces le dan tribuna a la siamesa, a esa ella, que no es ella. La siamesa se instala en el mundo; esa mujer de bronce, seria y estricta. El misterio se hace manto, que sólo se devela cuando el otro ya pasó sus duras pruebas. Sí, la siamesa ya es auténtica. No permitirá nunca más quebrarse”.


Pascal querido, si quieres, más adelante comentamos lo que escribió tu hermana. Por ahora debo dejar hasta aquí mi cartita porque Baltasar (de ceño fruncido y brazos en jara) amenaza con excomulgarme de sus besos si no cumplo mi promesa de que calquemos las nubes (¡!) porque le quiere tener de sorpresa a su madre, un gran dibujo de “nubes de verdad”. ¿Sabes lo que es estar con el brazo en alto empuñando un lápiz mientras con la otra mano sostienes una hoja en blanco pegada al vidrio a la espera de que pase una nube? Claro, terminaré con el brazo acalambrado como esta mañana (¡trata de conseguir nubes en pleno verano!). Pero ¿sabes una cosa? Soy capaz de hacer ésta y otras mil locuras por mi nieto porque, por más descabelladas que parezcan sus ocurrencias, siempre resultan ser un dulce bálsamo para mi espíritu. Es como si con ello se hidratara mi corazón, manteniéndolo elástico como el bambú para que no se quiebre cuando arrecie el mal tiempo. ¿Quien diría que este puntito, de magníficas cejas y dos fantásticos remolinos imposibles de peinar, sería capaz de hacerme tanto bien?

Un besote inmenso y dos

Mamá

7 comentarios:

  1. Por dios que hacen bien las palabras bien hilvanadas.

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  2. Como siempre me encantannnnnnnnnn tus historias....

    Un gran abrazo

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  3. gracias por las palabras

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  4. como me ha llegado esta carta al corazón....me he sentido muy identificada con Martina..Realmente somos muy diferentes con los hombres, y si bien es cierto que me gusta expresar lo que siento...tal vez porque estuve tantos años de mi niñez no haciéndolo, guardando todo, que creo que un día se me llenó el vaso, y es por eso que ahora digo lo pienso...pero generalmente no pienso lo que digo.....
    Pero si también a veces busco esa siamesa...nos es que no encuentre la complicidad en alguna amiga a quien poder compartirle mis penas, mis dolores, mis alegrías, es simplemente buscar en mi yo interno las respuestas que necesita mi corazón...porque tal vez, cuando más gente tenemos a nuestro alrededor, menos vemos la luz que necesitamos.
    Gracias por compartir esta hermosa carta...
    Un gran abrazo...

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  5. Las últimas dos cartas me llenan de satisfacción plena. Como una Virgilia nos llevas por ese infierno-cielo hermoso. Los perritos se van al cielo, decía una vieja peli y Dios Creo a La mujer, decía otra... Hay algo de Dios en estas palabras, porque más allá de polemizar con religiones, por dios(valga la redu)que es bello vivir gracias a las nubes y heridas en patas que nos da la vita. Gracias Rebe, por otro pestañazo más para ver la hermosa existencia.

    Grillón.

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  6. Rebe:
    Como hacés para seguir iluminandolo todo.
    ¡Que bárbaro!.
    Esto es para paladearlo. Es una guía a seguir.
    Pero vos no parás.Los delirantes cafecitos a beber, se han hecho virtuales, pero allí estás, allí seguís como siempre, refescando la vida.
    Ví lo qu escribiste antes y me vino la bronca por una respuesta, pero como vos decis."Será redondo como una hallulla" y contra eso, ché, no vale la pena gastar la voz.
    Rubén

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  7. Estimada Rebeca:
    Leí su nota y he reflexionado fuertemente.
    Las mujeres se van porque se quiebran, eso es tan cierto,no.La pregunta es, como nosotros no somos capaces de verlo?.
    Como no anticiparse a la partida?.
    Quizás porque confundimos lealtad con complicidad, y no somos capaces de co construir permanentemente. Si algo parece claro hoy, después de todos estos años, Rebeca, es que la certeza NO EXISTE.
    Estoy en un viejo Hotel del Norte, de esos con olor a sesenta, con maderas y fierros oxidados.
    De esos donde el olor del mar evoca a pasado glorioso. Algunos dirán que es muy antiguo, muy poco entretenido.No saben cuantas historias, de seguro, han sido testigos, las vigas y los peldaños; de cuanto abrazo apasionado pasó a dar vida a un abrazo roto.
    Quizás el vértigo estival hoy no le permite a tantas gentes, el detenerse.
    Hoy saldré a caminar por la arena para disfrutar como antes en la plenitud de la nada, y disfutarla.
    Gracias por tus cartas Rebeca.

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